Cinco razones
para dejar de decir
“¡Muy Bien!”
Cinco
Razones para Dejar de Decir “¡Muy Bien!”
Por Alfie
Kohn
NOTA: Una versión abreviada de este artículo fue
publicada en la revista Parents en mayo de 2000 con el título “Hooked on
Praise" (“Enganchados a los Elogios”). Para una visión más detallada de los
temas discutidos aquí, por favor refiérase a los libros Punished by Rewards y Unconditional Parenting.
Salga a un sitio de juegos, visite una escuela o aparézcase en la fiesta de
cumpleaños de un niño, y hay una frase que de seguro va a escuchar: “¡Muy
bien!”. Incluso los bebés pequeños son elogiados por juntar sus manos (“Bonito
aplauso!). A algunos de nosotros se nos escapan estos juicios sobre
nuestros niños al punto de que casi se convierte en un tic verbal.
Muchos libros y artículos advierten en contra de recurrir al castigo, desde
pegar hasta el aislamiento forzado (“tiempo fuera”). Ocasionalmente alguien
incluso nos pedirá que reconsideremos la práctica de sobornar a los niños con
stickers o comida. Pero usted tendrá que buscar arduamente para encontrar
una palabra que desaliente lo que es eufemísticamente llamado refuerzo
positivo.
Para que no haya ningún malentendido, el punto aquí no es cuestionar la
importancia de apoyar e incentivar a los niños, la necesidad de amarlos y
abrazarlos y ayudarlos a sentirse bien con ellos mismos. Los elogios, sin
embargo, son una historia completamente diferente. Aquí explico por qué.
1. Manipulando a los niños. Suponga que
usted ofrece una recompensa verbal para reforzar el comportamiento de un niño
de dos años que come sin regar, o de un niño de cinco años que limpia sus
materiales de arte. ¿Quién se beneficia de esto? ¿Es posible que el
decir a los niños que han hecho un buen trabajo tenga menos que ver con sus
necesidades emocionales que con nuestra propia conveniencia?
Rheta DeVries, profesora de educación en la Universidad del Norte de Iowa,
se refiere a esto como “control con cubierta de azúcar”. Muy parecido a las
recompensas tangibles – o, para el propósito, castigos – es una forma de hacer
algo a los niños para conseguir que ellos cumplan con nuestros deseos.
Puede ser efectivo en producir estos resultados (al menos por un tiempo), pero
es muy diferente a trabajar con los niños – por ejemplo, entablar una
conversación con ellos a cerca de qué es lo que hace a una clase (o a una
familia) funcionar sin problemas, o cómo otras personas son afectadas por lo
que hemos hecho – o dejado de hacer. Este último enfoque no solo que es más
respetuoso si no que no es efectivo para ayudar a los niños a convertirse en
personas reflexivas.
La razón por la cual los elogios pueden funcionar a corto plazo es que los
niños pequeños están hambrientos de aprobación. Pero nosotros tenemos la
responsabilidad de no aprovecharnos de esta dependencia para nuestra propia
conveniencia. Un “¡Muy bien!” para reforzar algo que hace nuestras vidas un
poco más fáciles puede ser un ejemplo de tomar ventaja de la dependencia de los
niños. Los niños también pueden empezar a sentirse manipulados por esto,
incluso si ellos no pueden explicar a ciencia cierta por qué.
2. Creando adictos a los elogios. De seguro,
no todo uso de elogios es una táctica calculada para controlar el
comportamiento de los niños. Algunas veces felicitamos a los niños solamente
porque estamos genuinamente complacidos por lo que han hecho. Sin embargo,
incluso en esos casos, vale la pena poner más atención. En lugar de aumentar la
auto estima de un niño, los elogiados pueden incrementar su dependencia hacia
nosotros. Mientras más decimos “Me gusta la forma en que tú....” o “Muy bien
hecho...”, incrementa la dependencia de los niños hacia nuestras
evaluaciones, nuestras decisiones acerca de lo que está bien y mal, en
lugar de aprender de sus propios juicios. Esto los lleva a medir su valor en
términos de lo que a nosotros nos hará sonreír y darles un poco más de
aprobación.
Mary Budd Rowe, una investigadora de la Universidad de Florida, descubrió
que los estudiantes que eran elogiados profusamente por sus profesores eran más
indecisos en sus respuestas, más proclives a responder en un tono de voz de
pregunta (“mm, ¿siete?”). Tendían a retractarse de una idea propuesta por ellos
tan pronto como un adulto mostraba su desacuerdo. Además, tenían menos
tendencia a perseverar en tareas difíciles o compartir sus ideas con otros
estudiantes.
En resumen, “Buen trabajo!” no les da seguridad a los niños; en última
instancia, los hace sentirse menos seguros. Este tipo de frases puede incluso
crear un círculo vicioso en el que mientras más recurrimos a los elogios, más
parecen los niños necesitarla, por lo que los elogiamos aún un poco más.
Penosamente, algunos de estos niños se convertirán en adultos que continúan
necesitando a alguien que les dé una palmada en la espalda y les diga si lo que
hicieron estuvo bien. De seguro, esto no es lo que queremos para nuestros hijos
e hijas.
3. Robando el placer de un niño. Aparte del
problema de dependencia, un niño merece disfrutar de sus logros, sentirse
orgulloso de lo que ha aprendido a hacer. También merece decidir cuándo
sentirse de tal o cual forma. Pero, cada vez que decimos, “¡Muy bien!”, le
estamos diciendo al niño cómo sentirse.
De seguro, hay momentos en los que nuestras evaluaciones son apropiadas y
nuestra guía es necesaria – especialmente con niños que ya caminan y de edad
pre-escolar. Pero una corriente constante de juicios de valor no es ni
necesaria ni útil para el desarrollo de los niños. Desafortunadamente,
seguramente no nos hemos dado cuenta de que “¡Muy bien!” es una evaluación
tanto como lo es “¡Mal hecho!” La característica más notable de un juicio
positivo no es que este sea positivo, si no que es un juicio. Y a la gente,
incluyendo a los niños, no les gusta ser juzgados.
Yo disfruto y guardo las ocasiones en las que mi hija logra hacer algo por
primera vez, o hace algo mejor de lo que lo había hecho hasta ahora. Pero trato
de resistir al reflejo de decir “¡Muy bien!” porque no quiero diluir su
alegría. Quiero que ella comparta su placer con migo, no que me mire buscando
un veredicto. Quiero que ella exclame, “¡Lo hice!” (lo que ocurre regularmente)
en lugar de preguntarme con incertidumbre, “¿Estuvo bien?”
4. Perdiendo el interés. "¡Muy bonita
pintura!” puede hacer que los niños sigan pintando por el tiempo que nos
mantengamos mirando y elogiándolos. Pero, advierte Lilian Katz, una de las
principales autoridades nacionales de educación en la temprana infancia, “una
vez que se quita la atención, muchos niños no volverán a esa actividad
nuevamente.” Efectivamente, una cantidad impresionante de investigaciones
científicas han mostrado que mientras más recompensamos a la gente por hacer
algo, más tiende a perder el interés por cualquier cosa que deban hacer para
obtener recompensas. Ahora el punto no es dibujar, leer, pensar, crear – el
punto es tener el regalo, sea este un helado, un sticker o un “¡Muy bien!”.
En un estudio de problemas conducido por Joan Grusec de la Universidad de
Toronto, los niños pequeños que fueron elogiados frecuentemente por muestras de
generosidad, tendían a ser un poco menos generosos en el día a día, de
lo que eran los otros niños. Cada vez que ellos han oído “¡Muy bien por
compartir!” o “Estoy muy orgulloso de ti por ayudar”, ellos perdían el interés
por compartir o ayudar. Estas acciones vinieron a verse no como algo valioso en
su propio sentido de lo justo, si no como algo que deben hacer para obtener
nuevamente esa reacción del adulto. La generosidad se convierte en el medio
para un fin.
Motivan los elogios a los niños? Por supuesto. Los motivan a obtener
elogios. Desgraciadamente, esto sucede frecuentemente a expensas del compromiso
hacia cualquier cosa que ellos estaban haciendo y que provocó un elogio.
5. Disminuyendo el Desempeño. Como si no
fuera suficientemente malo que un “¡Muy bien!” pueda menoscabar la
independencia, el placer y el interés, puede también interferir con cuán bien
los niños hacen una tarea. Los investigadores continúan hallando que los niños
que son elogiados por hacer bien un trabajo creativo tienden a tropezar en la
siguiente tarea- y no les va tan bien como a los niños que no fueron elogiados
al principio.
¿Por qué sucede esto? En parte porque los elogios crean una presión de
“continuar el buen trabajo”, llegando a interponerse en el camino de lograrlo.
En parte porque su interés en lo que hacen puede disminuir. En parte
porque ellos se vuelven menos propensos a tomar riesgos – un prerrequisito para
la creatividad- una vez que comienzan a pensar sobre cómo hacer que esos
comentarios positivos continúen viniendo.
En forma general, “¡Muy bien!” es un vestigio de un enfoque que reduce toda
la vida humana a comportamientos que pueden ser vistos y medidos.
Desafortunadamente, esta ignora los pensamientos, sentimientos y valores que
yacen detrás de los comportamientos. Por ejemplo, un niño puede compartir un
refrigerio con un amigo como una forma de atraer un elogio, o como una forma de
asegurarse de que otro niño tenga suficiente para comer. Los elogios por
compartir ignoran estos diferentes motivos. Peor aún, estos de hecho promueven
el motivo menos deseable, haciendo a los niños más proclives a tratar de pezcar
elogios en el futuro.
Una vez que usted empieza a elogiarlo por lo que es – y lo que hace – estas
pequeñas y constantes explosiones de evaluación de los adultos comienzan a
producir los mismos efectos que unas uñas rasgadas lentamente sobre un
pizarrón. Usted comienza a alentar a un niño a dar a sus maestros y padres un
bocado de su propia melaza, volteándose a responderlos diciendo (en el mismo
tono de voz dulzón), “¡Muy buen elogio!”
Sin embargo, no es un hábito fácil de romper. Dejar de elogiar, al menos al
principio, puede parecer extraño,. Se puede sentir como si estuviese siendo frío
o guardándose algo. Pero eso, (y pronto se vuelve evidente) sugiere que nosotros
elogiamos más porque necesitamos decirlo que porque nuestros niños necesitan
oírlo. Siendo esto así, es tiempo de reconsiderar lo que estamos haciendo.
Lo que los niños necesitan es apoyo incondicional, amor sin compromisos.
Eso no solo que es diferente a un elogio – es lo opuesto al elogio.
“¡Muy bien!” es condicional. Significa que estamos ofreciendo atención,
reconocimiento y aprobación por saltar a través de nuestro aro, es decir, por
hacer algo que nos place a nosotros.
Este punto, usted lo notará, es muy diferente a una crítica que mucha gente
ofrece al hecho de dar a los niños mucha aprobación, o dársela muy fácil. Ellos
recomiendan que nos hagamos más tacaños con nuestros elogios y demandemos que
los niños “los ganen”. Pero el problema real no es que los niños de esta época
esperen ser elogiados por todo lo que hacen. Lo que sucede es que nosotros
estamos tentados a tomar atajos, a manipular a los niños con recompensas en
lugar de explicar y ayudarlos a desarrollar las habilidades necesarias y los
buenos valores.
Entonces, ¿cuál es la alternativa? Eso depende de la solución, pero
cualquier cosa que decidamos decir tiene que ser en el contexto del afecto
genuino y amor por lo que los niños son en vez de por lo que han hecho.
Cuando está presente el apoyo incondicional, un “¡Muy bien!” no es necesario;
cuando no está presente, un “¡Muy bien!” no ayudará.
Si estamos elogiando acciones positivas como una forma de desalentar un mal
comportamiento, esto tiene poca probabilidad de ser efectivo por mucho tiempo.
Incluso cuando esto funciona, no podemos afirmar que el niño ahora “se esté
comportando”; sería más preciso decir que los elogios lo hacen comportarse. La
alternativa es trabajar con el niño, para descubrir las razones por las que él
está actuando de esa manera. Podríamos tener que reconsiderar nuestros propios
requerimientos en vez de simplemente buscar una forma de que los niños
obedezcan. (En lugar de usar “¡Muy bien!” para hacer que un niño de cuatro años
se siente callado durante una larga clase o cena familiar, tal vez deberíamos
preguntarnos si es razonable esperar que un niño haga esto).
También debemos encaminar a los niños hacia el proceso de tomar sus propias
decisiones. Si un niño está haciendo algo que molesta a otros, entonces
sentarse posteriormente con él y preguntarle, “¿Qué piensas que podemos hacer
para solucionar este problema?” podría ser más efectivo que chantajes o
amenazas. Esto también ayuda al niño a aprender cómo resolver problemas y le
enseña que sus ideas y sentimientos son importantes. Por supuesto, este proceso
toma tiempo y talento, cuidado y coraje. Lanzar un “¡Muy bien!” cuando el niño
actúa en una forma que nosotros estimamos apropiada no toma ninguna de estas
cosas, lo que explica por qué las estrategias de “hacer algo a” son más
populares que las estrategias de “trabajar con”.
¿Y qué podemos decir cuando los niños hacen algo impresionante? Considere
estas tres posibles respuestas:
* No diga nada. Algunas personas insisten en que un acto servicial
debe ser “reforzado” porque, secreta o inconscientemente, ellos piensan que fue
una casualidad. Si los niños son básicamente malos, entonces se les debe dar
una razón artificial para ser buenos (a saber, recibir una recompensa verbal).
Pero si este cinismo es infundado-y muchas investigaciones sugieren que lo
es-entonces los elogios no serían necesarios.
* Diga lo que vio. Un
enunciado simple, sin evaluación (“Te pusiste los zapatos por ti mismo” o
incluso solamente “Lo hiciste”) dice a su hijo que usted se dio cuenta. También
le permite a él sentirse orgulloso de lo que hizo. En otros casos, puede tener
sentido hacer una descripción más elaborada. Si su hijo hace un dibujo, usted
podría ofrecer unas observaciones –no un juicio-sobre lo que usted ve: “¡La
montaña es inmensa!” “¡Hijo, de seguro usaste mucho color morado hoy día!”
Si un niño hace algo cariñoso o generoso, usted podría atraer su atención
sutilmente hacia el efecto de esta acción en la otra persona: “¡Mira la
cara de Abigail! Ella parece muy feliz ahora que le diste un poco de tu
comida”. Esto es completamente diferente a un elogio, en el que el énfasis está
en cómo usted se siente acerca de la acción hecha por su hijo.
* Hable menos, pregunte más. Incluso
mejores que las descripciones son las preguntas. Por qué decirle a él qué parte
de su dibujo le impresionó a usted cuando puede preguntarle qué es lo que a él
le gusta más de su dibujo? El preguntar “Cual fue la parte más difícil de dibujar?”
o “¿Cómo hiciste para hacer el pie del tamaño correcto?” es probable que
alimente su interés por el dibujo. Decir “¡Muy bien!”, como lo hemos visto,
puede tener exactamente el efecto contrario.
Esto no significa que todos los cumplidos, todos los agradecimientos, todas
las expresiones de gusto sean dañinas. Debemos considerar los motivos por los
que los decimos (una expresión genuina de entusiasmo es mejor que un deseo de
manipular el futuro comportamiento del niño) así como los efectos verdaderos de
decirlos. ¿Están nuestras reacciones ayudando al niño a percibir un sentido de
control sobre su vida—o de buscar constantemente nuestra aprobación? Están
estas expresiones ayudándolo a volverse más entusiasta en lo que está haciendo
por derecho propio, o convirtiendo en algo que él solo quiere hacer para
recibir una palmada en la espalda.
No es cuestión de memorizar un nuevo guión, si no de tener presentes
nuestros objetivos a largo plazo para nuestros hijos y estar alerta sobre los
efectos de lo que decimos. La mala noticia es que el uso de refuerzos positivos
no es realmente algo positivo. La buena noticia es que usted no tiene que
evaluar para poder motivar.
__________________
Traducido por www.FamiliaLibre.com (Mónica Salazar), con autorización
expresa del autor.
Copyright © 2001, 2007 por Alfie Kohn. Este artículo puede ser bajado de
Internet, reproducido, y distribuido sin permiso siempre y cuando cada copia
incluya este anuncio juntamente con la información de las citas (i.e., nombre
del periódico en el que apareció originalmente, fecha de publicación, y nombre
del autor)
No hay comentarios:
Publicar un comentario